El techo de la escuela Sofía Sanarrusia en la ínfima comarca El Limón Dos, a 20 kilómetros de Tola, Rivas, es una bomba de tiempo. El colegio fue construido durante la Administración del ex presidente Arnoldo Alemán, y los años de uso y el nulo mantenimiento han hecho que el techo de dos aulas esté a punto de colapsar. Está ahí, hundiéndose cada vez más a causa de las fuertes lluvias, pero sin decidirse a caer por completo.
La única respuesta de la directora del centro y los maestros fue suspender las clases en las aulas afectadas. La escuela cuenta con 145 estudiantes de primaria y 5 profesores. Desde hace meses en un aula se recibe cuarto y quinto grado. Temerosos de que ocurra una tragedia, los padres decidieron no enviar más a sus hijos a clases. Mientras tanto, las autoridades no hacen nada para solucionar el problema.
La escuela luce abandonada. Una malla vieja y agujereada impide, sin mucho éxito, la entrada al centro. Cuando los niños van a clase tiene que ir brincando para evitar caer en los charcos que las intensas lluvias han acumulado en la entrada de la escuela.
Esta nublada tarde de inicios de octubre un grupo de chanchos merodea por los pabellones, se acerca a las letrinas tragadas por la maleza o husmea en los patios de juego en busca de comida. En uno de los pabellones, un gran rótulo con la firma de USAID muestra a una niña vestida de uniforme y la sentencia: “Esta es una escuela de excelencia”. Suena a chiste.
María Bonilla vive justo enfrente de la escuela, separa de ella por esta ancha trocha apenas transitable por el fango. La mujer culpa a los maestros de no cuidar el centro escolar, de no invertir en mejoras. Bonilla tiene dos nietos estudiando en la Sofía Sanarrusia, uno de ellos es José Manuel, de 9 años, quien escucha a su abuela quejarse del mal estado del centro.
“Con estas lluvias el techo está por caer y los chavalos no quieren ir a la escuela porque no sirve. Yo le digo a mi hija que no los mande con esa escuela así. Nadie se preocupa, ni el alcalde y no digo que el Presidente, porque al presidente no le importa nada”, dice la mujer.
Su nieto, quien habla mientras da cuenta de un helado, cuenta que los profesores les ordenaron a los alumnos mantenerse alejados de las aulas en riesgo, “porque nos pueden caer encima”.
La preocupación también embarga a Roberto Delgado, un hombre alto, fuerte pero huraño quien asegura con voz tímida que tiene miedo por los tres hijos que estudian en la escuela. “No hay clases durante una semana porque como padres no queremos que nuestros hijos vayan, porque es un peligro. Ese techo les puede caer a nuestros hijos y queremos evitar eso. Eso es un atentado”.
“Estamos gestionando ayuda, a ver qué se puede hacer”, dice. Hasta ahora las gestiones los han llevado a solicitar colaboración de una empresa turística de la zona, porque las autoridades, dicen los vecinos de El Limón Dos, no se hacen presentes.
Juan José Amador forma parte del Consejo de Liderazgo de la comarca. Él echa la culpa de la situación actual de la escuela a una mala construcción. Dice que el edificio fue construido a la carrera, con malos materiales y sin garantizar mantenimiento.
“Como líderes de la comunidad hemos estado viendo la problemática. Los maestros han hecho solicitudes al FISE, pero dice que no hay fondos. Estamos viendo si se puede hacer algo a través de la transferencia que viene vía municipalidad para que se dedique ese presupuesto para el techo de la escuela”, dice. Según Amador El Limón Dos recibe medio millón de córdobas anuales en transferencia municipal. Unos 24 mil dólares.
Los habitantes de El Limón Dos no saben cuándo tendrán una respuesta. El techo del colegio es sólo la principal de una larga lista de necesidades. La comunidad no tiene agua potable. Los caminos son terribles. No hay cunetas. Mientras llega una respuesta, los niños de la comarca aprovechan sus vacaciones forzadas correteando entre el lodo, mientras la escuela parece vigilarlos como lo haría una vieja y cansada maestra.
Noé González Jiménez, un profesor agricultor
“Maestros no tienen libros para dar clases”
Noé Jiménez es profesor de Matemáticas y agricultor. Da clases en un colegio en la comunidad de Balgüe, a 13 kilómetros de Altagracia, en la paradisíaca isla de Omepete. El profesor afirma a Confidencial que se dedica a la agricultura porque su salario de maestro de secundaria no le da para vivir, para pagar la universidad de tres de sus cuatro hijos. Jiménez gana cinco mil córdobas mensuales, y dice que es afortunado: su salario se debe a antigüedad y al hecho de que es profesor licenciado en Matemáticas. Jiménez da clases a cuarto y quinto año. ¡Es profesor de 102 estudiantes!
Por estar en zona turística, cuenta, algunos turistas –estadounidenses principalmente– han apoyado a la escuela con materiales didácticos y mejora en infraestructura. Recientemente, por ejemplo, recibieron una donación de 28 computadoras. Todo un lujo en comparación al resto de institutos de la zona.
“Hace tres años los estudiantes no tenían esa opción. Fue una donación de amigos de Etados Unidos. También han donado material didáctico. Es uno de los pocos colegios que recibe este tipo de beneficios. Hay colegios que carecen de buena infraestructura”, explica el maestro.
Jiménez dice que en otras escuelas de la zona los profesores ni siquiera cuentan con libros para impartir las clases. “Gracias a las donaciones nosotros tenemos material didáctico, pero hay colegios en Ometepe que no tienen. Compartimos con algunos compañeros, les facilitamos libros. Saco algunos libros del colegio para prestárselos a otros profesores”, dice.
Jiménez tiene 15 años de trabajar como maestro. Asegura que esta profesión es difícil, pero la sigue ejerciendo “por amor”. Pero es difícil vivir de amor, por lo que el profesor deja el libro de Matemáticas por las herramientas del campo. Este año cultivó una manzana de arroz, pero también cultiva frijoles, trigo y el oro verde de Rivas, plátanos. Jiménez espera que su cosecha no se pierda por las intensas lluvias.